SECRETOS IBÉRICOS ** José Antonio Millán **  

Publicado por: Pandora

LAS CANCIONES DE AMOR

Como quien no quiere la cosa, coloca sobre mi antebrazo una mano pequeña y regordeta. La piel de sus rollizos brazos brilla tensa y lustrosa, con ese bronce playero de la piel tostada a fuego muy lento. Luego levanta la mano y se aparta un mechón de pelo castaño y ensortijado, en un gesto demasiado artificioso como para resultar coqueto, que es seguramente lo que pretende.

No creo que quiera coquetear conmigo, más que nada porque Rocío está a un par de metros de nosotros, mezclada en otra conversación. La coquetería que sí percibo en mi interlocutora es esa que las mujeres llevan puesta como una segunda piel, la que exhiben por el mero hecho de jugar. Un gato afilándose las uñas contra el sofá, porque no hay nada que arañar de verdad.

Es guapa, o podría serlo. Su ropa, demasiado ceñida, pone un acento innecesario en su sobrepeso, dejando que su desbordante anatomía se muestre turgente y excesiva. Todo en ella es hacia afuera, extroversión y pirotecnia gestual, lo que contrasta con lo supuestamente delicado de la conversación, o como se le quiera llamar a este intenso monólogo suyo sobre sus propias miserias sentimentales.

Al principio éramos cinco o seis personas, reunidas casi por casualidad en una esquina de la barra donde habíamos ido a pedir, mientras el resto del grupo se dispersaba por el local en pequeñas reuniones similares. Luego alguien le ha preguntado a ella, a Alba, por un chico que la acompañó a la última de estas quedadas, hace unos tres o cuatro meses.

- Lo dejamos el mes pasado – dice encogiéndose de hombros y ensayando una sonrisa tan forzada que parece surcarle el rostro más bien como una cicatriz -. Cada vez me duran menos los novios – remata riéndose ya abiertamente.

Y ahí ha comenzado a desgranar el minucioso relato de su enamoramiento, su relación y el final de ella, todo concentrado en menos de un año. Lo ha resumido todo con ligereza, intercalando la historia con risas, como si fuera una broma consigo misma. Al hilo de sus comentarios empiezo a tener recuerdos parciales del tipo en cuestión, un tal Pablo, aunque probablemente le esté poniendo la cara y los defectos de otro. Ya sólo quedamos en la esquina de la barra Carmen, Alba y yo, y Carmen dice de repente que se va al servicio. Alba y yo nos miramos, sin saber bien qué decir. Es ella la que empieza a parlotear de nuevo:

- Perdona que os haya largado todo este rollo – dice haciendo un mohín-, pero es que veo a esta gente tan de vez en cuando que siempre que nos juntamos tengo un montón de cosas que contar.

- Eso está bien. Vamos, que es mejor que no tener nada que contar, digo.

- También es verdad. Con los tíos no acierto ni a tiros, pero por lo menos no me aburro ¿No?

Asiento y sonrío, en un gesto que no me compromete a nada. No la conozco apenas, pero no me creo esa liviandad, esa ligereza. Si se emplea tanta energía en quitarle importancia a algo es porque la tiene. Llevo ya un par de copas, justo en ese punto en el que se me suelta la lengua, y no quisiera tener un ataque de sinceridad y decir algo que pudiera herirla. Rocío llega hasta donde estamos. Alba le tiende los brazos y le da un efusivo y sonoro beso en la mejilla.

- Bueno, pareja – dice -, voy a sacar tabaco. Ahora nos vemos –. Y se marcha, repiqueteando con los tacones sobre el enlosado blanco y negro del bar, dejando aquí y allá despreocupados saludos de mujer fatal. Aparentemente a gusto en su propia piel, cómoda en el sobredimensionado envoltorio de la mujer que pretende ser.

Rocío me dice que va a Tomares, a acercar en coche a Raquel, que mañana trabaja. Que me rescata en unos veinte minutos o así. Se da la vuelta antes de que me haya dado tiempo a protestar.

Alguien grita un par de veces mi nombre en mitad de otro corrillo. De los que conozco están Antonio, Ángel, Marcos y luego está un tío rubio al que antes he oído hablar con fuerte acento extranjero, y que al parecer es el dueño del bar. Los demás parecen conocerlo.

- ¡Millán, Millán! Ven, que vamos a probar una cosa – me dice Ángel tendiéndome un vaso de chupito vacío - . Es un licor de la antigua Yugoslavia, que tenía el Luka por ahí escondido.

- ¿De la antigua Yugoslavia? – digo - ¿Y no está caducado?

- ¡Illo, cabrón, de Croacia o por ahí! ¡Tiene cincuenta grados! ¿Cómo se llamaba esto, Luka?

- Slivovtz. Es aguardiente de ciruelas – aclara el tal Luka alzando la voz. Alguien ha subido la música, y la señal de los cuarenta latinos empieza a tronar por los altavoces del local y las dos grandes pantallas de televisión.

- Pues venga – insiste Ángel - . Eslibos de ese para todos.

Quema al bajar de golpe por la garganta, quema en el estómago y regresa de nuevo en forma de vapor hasta la nariz y el cielo de la boca, con un apenas rastreable aroma a ciruela, más ardiente que sabroso. Marcos está tosiendo, llorando y riéndose a un tiempo.

- ¡Su puta madre! ¡Cómo arrea! – dice Ángel también entre risas - ¡Venga, otro!

- No, no – digo.

- ¿No te gusta?

- No – contesto - . No te ofendas, Luka.

Luka sonríe y me despide con una palmada en el hombro. Mientras pido un Brugal en la barra, en el hilo musical parece haber llegado la hora del perreo. Miro a una de las pantallas y veo a un tipo con una gorra de béisbol y una especie de pijama gruñendo algo que suena a “Dale, quítate de en medio”. Tres chicas que zarandean el parachoques de un camión le replican a coro “Tócamela, papi, tócamela”, a lo que el maromo responde “Yo soy un perro rabioso, si te la toco no hay remedio”. Si Valle Inclán levantara la cabeza, él que no tenía ni camión ni nada...La gente a mi alrededor comienza a dar saltos. Parece que ha llegado la hora de salir a tomar un poco el aire.

En la calle el frío recorre la avenida casi desierta, con esa tristeza desabrida de los fines de semana de pueblo. El viento huele a humedad, se enreda en las farolas cubiertas de propaganda, en las rejas mohosas de los pequeños comercios. El asfalto aparece coloreado por el ámbar parpadeante de los semáforos reflejado en los charcos que ha dejado la lluvia de esta tarde. A través de la cristalera del bar de enfrente, veo la espalda de un hombre volcado sobre la barra, se gira, bosteza, mira durante unos segundos a los camareros que apilan las sillas en un rincón, le da un trago a lo que queda de su copa y sale del bar con paso titubeante.

Camino un poco por la acera para alejarme del eco amortiguado de la música. Paso por delante de un par de casas casi idénticas, con ridículos arcos formando sendos minúsculos porches, fachadas alicatadas desde el suelo hasta los canalones de la azotea con azulejos desiguales aunque igualmente feos. Al girarme en dirección opuesta para volver sobre mis pasos, veo que cuatro o cinco casas más allá hay alguien sentado en un umbral. Es Alba. Estoy demasiado cerca para darme la vuelta y creo que me ha visto.

- Hola. ¿Qué haces? – le pregunto.

- He salido a tomar el aire un poco – contesta. Tiene los ojos rojos y el rastro de algunas lágrimas le ha limpiado la sombra de ojos mejilla abajo.

- Oye... ¿prefieres que te deje sola o...?

- No, no. Si no es nada. Es que me ha dado la bajona y... y bueno...ha sonado antes una canción que....bueno, que me he puesto un poco tonta – contesta poniéndose de pie y mostrando de nuevo la blanca cicatriz de su fingida sonrisa.

- ¿La de “Tócamela, papi”?

La risa se le escapa ahora como una bocanada de aire retenido, la deja ir con algo que interpreto como urgencia o alivio, como si al expulsarla estuviera deshaciéndose de un lastre, de la tensión acumulada desde hace rato.

- No, no. La de antes. La de Luis Fonsi.

- Ah.

- ¿Sabes cuál te digo?

- Sí.

- Pues eso. Sé que es un poco cursi, pero ha sido de esas veces que... que la canción parece que dice lo que tú sientes, no sé cómo explicarlo...como si hablara de ti. El caso es que estoy harta de escucharla y hasta hoy no me había dado por ahí...

Ha estado todo el rato con la mirada fija en las afiladísimas puntas de sus zapatos, hablando más para sí misma que conmigo. No le pregunto nada, encontrarnos aquí fuera ha sido algo fortuito, accidental, no soy la persona que debería oír sus confidencias, esa historia que está contando sin contarla, aunque a veces sea más cómodo usar de frontón a un simple conocido, alguien que el noventa por ciento del tiempo estará fuera de tu vida, que cuando vuelva a salir el sol, y la vida vuelva a parecerte una rumba en lugar de un bolero, no te recuerde con su simple presencia aquel bajón, aquella mala noche, aquel rato en que te dio la tontería de creer que las canciones de amor hablaban de ti.

Alba rebusca en un pequeño bolso, y saca el paquete de tabaco. Despliega de nuevo toda su floritura gestual para encender un cigarrillo. Le da una primera calada que parece llegarle al alma y lo sostiene con la mano a la altura del rostro, mientras con la otra mano mantiene cerrado el fino abrigo de hilo.

- Bueno – dice - . Creo que voy a irme.

- ¿Quieres que te acompañe?

- No, no te preocupes. Si yo vivo ahí a la vuelta, encima de la ferretería. Dale un beso a Rocío. Dile que la llamaré para tomar café o algo ¿Vale?

- Vale.

Nos damos dos besos. Se gira y echa a andar, de nuevo aparentemente dueña de sí.

"Contigo las guerras perdidas parecían ganadas, contigo en mi habitación la luna se juntaba con el sol...Y ahora que no estás le tengo miedo a las mañanas..." Me sorprendo a mí mismo tarareando entre dientes la cancioncilla de marras, la pegadiza melodía y la empalagosa letra que, por uno de esos insondables misterios del corazón, combinadas serían capaces de provocarle un coma diabético a un ultrasur, a condición de que lo haya dejado la novia en el último mes.

Me alegro de no haber tenido que decirle prácticamente nada a Alba, que se haya conformado con que la escuche. De haber abierto la boca, sólo habría dicho tópicos y estupideces. O habría sido tan cínico como para decirle cuatro verdades que no me ha pedido, es decir, más estupideces. Por ejemplo, que a quién se le ocurre. Que eso le pasa por escuchar a Luis Fonsi. Que, por muy terrible que parezca, las canciones de amor casi nunca hablan de nosotros. Y que al mismo tiempo sí. Pero que, sea como sea, siempre las carga el diablo. Pienso todo esto mientras Alba se aleja con paso apresurado, se diría que con algo de renovada energía. Su figura rotunda y erguida, envuelta en el abrigo, sus tacones de aguja pespunteando la madrugada mientras esquiva los charcos que, como un turbio mapa del otoño, la lluvia ha ido dejando sobre las aceras.

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1 comentarios

Como en cada uno de tus escritos, José Antonio, no deja de sorprenderme y atraparme esa narrativa tuya cargada siempre de buenas ideas, mejor desarrollo, final perfecto y siempre, con un fondo de....¿ romanticismo amargo?.
¡¡¡ENHORABUENA OTRA VEZ!!!!
¡ Eres muy bueno, tío (voz y gestos de Robert de Niro a Billy Crystal en " Terapia peligrosa").
Por cierto, si no la has visto y quieres reírte un rato, te la recomiendo. Un abrazo

17 de octubre de 2011, 20:23

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