Es de noche y camino por estas calles que saben a melancolía, en esta ciudad que acompaña, que cubre, que abraza. La tarde quedó atrás y, al deslizarse la oscuridad azulada, estrellada, sigo pensando en ti, en que en algún lugar de esta tierra, te quedaste escondido donde no pudiera verte.

Comienza a caer la lluvia, unas gotitas delicadas, que ruedan por mi rostro. Hay algunas en mi mejilla. Esas no son de lluvia, son de un dolor que creía ya olvidado, de tu ausencia, del hueco que dejaste.

Sé que estás ahí en algún lugar recóndito, no sé por qué no pudiste tocar mi rostro. No sé por qué no pude verte, por qué en esta ciudad me perdí. Entre millones fui invisible .Y pasaron los días y los meses y me quedé inmóvil, en este remolino de vivencias, de sentimientos inundados por gotas de lluvia y de llanto. Y sentí que podía tocarte en mis dedos, acariciar, rozando tu piel, perderme en tus ojos, esos ojos que eran mi vida. Y recordé que mis alas te abrazaban fuertemente, las alas de mi corazón, que olvidé volar, olvidé hablar, pero nunca olvidé amar, sentir hasta casi desfallecer. Esas calles en las cuales me perdí, buscándote, y no te encontré, llamándote sin saber tu nombre.

Ya existías en esta ciudad, en mi corazón sin saber de tu existencia.
Y escuchaba tu voz sin conocerla, amaba tu rostro sin tocarlo, y tu esencia sin haberte sentido. Pero al sentir este frío que cala, este dolor de vacío, este hueco de corazón, donde quizás debía estar mi alma, donde debía estar ese sabor tuyo, esa estructura de cuerpo, ese cuerpo que tanto amé en sueños, que estreché en mis brazos, que atrapé en mi mano,
sé que estás en algún lugar recóndito de este mundo que no me dejó conocerte, pero vives en mí.