En una tarde calurosa de estío,
tiempo atrás, contemplaba Abú su huerta,
sus mulas tiraban con brío,
la noria daba vueltas,
resplandecía el jardín, con el regadío,
más el rostro de Abú denotaba
un rictus, nada bueno, un mal vahído,
su esposa postrada, unas calenturas,
la vida se le iba, ¡que mal designio!.
Más, de Hisn-Al-Faray llegaron nuevas,
que en Isbilia había remedio para el delirio,
un comerciante de miel y especias,
que transitaba de pueblo en pueblo se lo dijo:
Abú, prepara víveres y las mulas,
coge a tu esposa y con la ayuda de tu hijo,
camina hacia el este, cruza lomas,
pueblos, murallas y el gran río,
y cuando entres en Isbilia,
preguntas por el barrio judío,
entre calles estrechas, gente que viene y va,
allí, donde todo es pregonado con jolgorio y vocerío,
encontrarás una casa palaciega,
con grandes balcones y rejas de hierro fundido
así que ve Abú, prepara a tu familia
y ve a Isbilia, ve en busca del prodigio.
Tres días tardó Abú en llegar a su destino,
cargó las mulas con cántaros y alforjas,
en parihuelas su mujer afrontaba el camino,
su hijo abría la comitiva,
que surcaba la vereda con andar cansino,
los olivos se contaban por miles, en sus ramas
se posaban jilgueros, zorzales y estorninos,
las copas de los árboles formaban un inmenso mar,
a sus oídos, llegaba la melodía de los pájaros con sus trinos,
en el cielo, majestuoso, desplegaba
las alas un halcón peregrino,
el sol furibundo sus rayos lanzaba,
era con mucho su peor enemigo,
Abú alzó su mirada al horizonte, y noto como llegaba
el atardecer, el frescor vespertino,
una a una las jornadas pasaban,
frutos de higueras y chumberas calmaron su hastío,
subiendo una colina, en lo alto de Hisn-Al-Faray,
contemplaron la vereda, los naranjales y al inmenso río,
en lontananza, divisaron la muralla,
era inmensa, alta, con grandes puertas, ¡que poderío!,
mujer, ya estamos cerca, no decaigas,
que en cuanto lleguemos, en el barrio judío,
allí está el médico, allí serás curada
y regresaremos a casa, tú, yo y nuestro hijo.
En la casa del médico quedó internada la mujer,
pasaron los minutos, las horas y los días,
pasaron los escalofríos y los delirios,
poco a poco, día a día, se veía venir la mejoría,
mientras, Abú comerciaba, con aceite y con miel,
con especias y tarros de alfarería,
con esa venta ganó unos dineros,
con ellos pagaría al médico y la hostería.
Una mañana de cielo azul y luminoso,
junto a la puerta estaba su mujer, ¡cómo resplandecía!,
una sonrisa denotaba que el mal había huido,
que el mal augurio quedaba en la lejanía,
reunió la comitiva y despidiéndose del médico dijo:
partamos esposa, vayamos a nuestra alquería,
que Alá el todopoderoso ha querido,
que este judío te curara con su sabiduría.
Y partió la comitiva, con aire festivo y altanero,
ya no necesitaban parihuelas, caminarían el resto del día,
al cruzar la muralla, vieron a lo lejos el Aljarafe,
¡como brillaban los ojos de Abú!, era un brillo de alegría,
pronto estarían en su casa, en su huerta,
y al contemplar a la noria dar vueltas,
su esposa, su hijo y él, ¡como disfrutarían!.
De nuevo estaban en su casa,
todos juntos, de nuevo en la alquería,
y Abú contemplaba de nuevo la huerta,
en su cara ya no había signos de melancolía,
las mulas daban vueltas a la noria,
el agua fluía por las cañerías,
atrás quedaba el sufrimiento,
podía sentir su corazón, ¡que alegre latía!,
y mirando al horizonte abrazo a su esposa
y a su hijo, ¡como los quería!.