EXPUGNATIO ** Julio Adame ** Relato por entregas  

Publicado por: Pandora

Capítulo 2: Una excursión al campo.

Benacazón, 2010

El sol del verano abrasaba la tierra que unos meses atrás se había refrescado con las limpias lluvias primaverales. Obviamente hacía calor, pero afortunadamente no era ese calor que te empapa las carnes y es molesta, sino ese que se palia derramando una simple botellita de agua por la cabeza.


Por uno de los caminos que llevan al río Guadiamar se veía venir a lo lejos un grupo de ciclistas jóvenes pedaleando con ganas. En primera fila se podía ver, seguramente, a los más aficionados o a los que estaban más en forma: dos chavales de pelo castaño, uno bastante delgado y otro con más carnes (sin llegar a estar gordo). Detrás de ellos, un pequeño pelotón de cuatro chavales que ya comenzaban a estar cansados, como demostraban sus lenguas fuera de las bocas.

A medida que se acercaban, una nube de polvo arenoso se iba levantando y resecaba la boca. A ambos lados del camino, los jaramagos amarillos parecían reproducirse a cada minuto, y sus endebles tallos eran tan altos que sobrepasaban la cintura. Entre tanto jaramago se colaban margaritas y alguna que otra amapola. Una vez se terminaban los jaramagos, las margaritas de pétalos amarillos los sustituían, acompañadas de unas extrañas flores de color malva y de una pinta que alentaba poco a tocarlas. Entre tan nutrido elenco de flores silvestres, los escombros se arremolinaban por doquier. Trozos de ladrillos, restos de mezcla... en general, basura que se cargaba el paisaje.

Mientras tanto, el grupo de chavales se acercaba a la primera de las cuestas que llevan al río. Son tres (a la ida, cuesta abajo), siendo la primera la de más pendiente. Por ello, los dos cabecillas del pelotón avisaron a los rezagados de que frenaran, para poder bajar la primera cuesta con seguridad. Así lo hicieron, y lo mismo con las otras dos cuestas. Una vez llegaron al río, los seis chavales se bajaron de sus bicis, mostrando claros síntomas de cansancio, algunos, y de ganas de seguir, otros. El río estaba completamente seco, y se podía ver la arena rasgada del fondo. Las plantas aquí eran más frondosas, y la hierba era la dominadora hegemónica del terreno. A la izquierda, un camino pavimentado y escoltado por pinos que creaban un ambiente fresco. A la derecha, el río (o lo que durante la primavera es el río). Los adolescentes dejaron sus bicis de cualquier manera en la pequeña explanada que hay delante del cauce del río, y los que estaban más cansados se sentaron sin preocuparse de que la arena se pegase a sus ropas:


- Podemos ir a Huévar o a Aznalcázar y llegar a Benacazón por la carretera.- dijo el cabecilla menos delgado.


- Me ha costado llegar hasta aquí... ¿De verdad crees que podré llegar a Aznalcázar?-dijo uno de los cansados.

- ¿Tú qué opinas, Zahir? - dijo el cabecilla menos delgado refiriéndose al otro cabecilla.

Zahir era un chaval de unos quince o dieciséis años, bastante delgado pero en buena forma. Su aparente debilidad era completamente falsa, y últimamente estaba demostrando una fuerza y una resistencia increíbles. Aparte del deporte, era un gran aficionado a la historia, y las novelas históricas eran sus preferidas. Había estado ausente en la conversación de sus amigos, y no se había enterado de la pregunta de José:

- ¿Zahir? - insistió José.

- ¿Eh? Dime, que no estaba prestando atención. -dijo Zahir volviendo en sí.

- De eso ya me había percatado... Que digo que podemos ir a Huévar o a Aznalcázar y volver a Benacazón por la carretera.

- Por mí vale.

Esta última respuesta hizo que los cansados pronunciaran un sonoro y unánime "¡Joder!". José hizo un ademán para que volviesen a coger las bicis, pero Zahir estaba en otra cosa:


-Tíos... venid aquí. ¿Me podéis decir qué es esto?

Zahir sostenía en su mano una extraña piedra de forma triangular que tenía tallada una inscripción. Era completamente ilegible, lo que aumentaba el misterio en torno a ella:


-Seguro que es una cosa de niños, Zahir. Venga... ¿Nos vamos?


Zahir no quedó convencido, aunque lo aparentó. Así que se guardó la extraña piedra en el bolsillo de su chándal y cerró la cremallera. Montó en su bici y, junto con sus amigos, comenzó a pedalear rumbo a Aznalcázar. En esos momentos, Zahir era desconocedor de que en el puente romano de aquel pueblo le esperaba otra sorpresa.

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2 comentarios

Curioso el salto temporal que has dado en esta entrega, no lo esperaba. Ansioso por ver como unirás (si es que esa es tu intención) las dos épocas.

Un saludo, nos leemos en Pandora.

2 de mayo de 2010, 15:13

Esa es mi intención, unirlas. Y gracias por comentar.

2 de mayo de 2010, 18:45

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