Capítulo 1: EL TIEMPO DUERME EN EL RÍO
Año 1247
Lo más probable es que este relato no tenga ninguna relación histórica. Los hechos acaecidos durante la primavera de 1247 (incluso esta fecha es supuesta) no está demostrado que fuesen reales. Cualquier parecido entre este relato y la realidad histórica es una mera coincidencia, pero... ¿quién tiene el valor (o la insensatez) de poner límites a la imaginación? Olvídense de las fechas y descripciones detallistas. Cierren los ojos y viajen siglos y siglos atrás. Perciban el olor de la naturaleza salvaje. Dejen que su imaginación comience a trabajar. No me juzguen por lo que he escrito, sino por lo que he conseguido que sientan (si es que lo consigo).
El río discurría tranquilo, dejando en el aire su murmullo acuoso, que se mezclaba con los sonidos de la naturaleza. Los pájaros revoloteaban por un cielo primaveral que espantaba a las nubes. Algunos animalillos se dejaban ver por la vasta vegetación, seca y verde, que poblaba la ribera. La tierra aún guardaba algunos restos del agua que había caído días atrás. El río había agradecido aquello, y ahora bajaba alegre, buscando su muerte en el río de Ishbiliya.
Recorriendo cada rincón de aquel hermoso paisaje, la tranquilidad se paseaba orgullosa, corriendo entre los arbustos y olivos. Jugando con los zorzales que volaban en busca de sustento para sus polluelos. Todo parecía estar en perfecta armonía; todo. Incluso las piedras inertes de los caminos tenían características propias de aquel paisaje de ensueño.
Sentado en la ribera del río, un adolescente se entretenía tirando piedras contra el agua del río de los Príncipes. Estaba sólo y absorto en sus pensamientos. La blanca túnica que vestía, rematada en su cabeza con un velo del mismo y puro color, ondeaba levemente al tomar contacto con la suave brisa primaveral que se removía por entre los olivares. Murmuraba algo en voz baja, lanzando al aire sus palabras. Éstas se intensificaban cada vez que alzaba el brazo y lanzaba una piedra.
De pronto, sintió unos pasos detrás de sí. "Nadie sabe que vengo aquí", se dijo, aumentando su desconcierto. Giró la cabeza y sólo vio naturaleza. Al comprobar que no había nada que le extrañase, volvió a sus afanes de llenar el río de piedras. Pero al poco volvió a oír los pasos, esta vez más fuertes. Sonaban como si alguien estuviese acercándose arrastrando los pies por la arena, intentando, en vano, hacerlo sigilosamente. El susto que se llevó el chico cuando, al mirar hacia atrás, vio dos piernas ataviadas con una túnica azul que se situaban tras su espalda, fue tremendo:
- Lo siento, Kassum; no quería asustarte- dijo la voz de una chica.
Kassum fue levantando la vista, recorriendo las formas de aquella chica, hasta llegar a la cara. Era Nahiara. La cara de la chica era preciosa; tenía unos enormes ojazos verdes, que parecían tener brillo propio cuando el sol derramaba sus rayos sobre ellos. Su pelo, que se colaba por las pequeñas rendijas del velo azul, era negro, de un color muy intenso. Su piel morena contrastaba con el blanco puro de sus dientes. Era, en opinión de Kassum, "prácticamente perfecta":
- No lo sientas, Nahiara. Es que no te esperaba, eso es todo- se exculpó Kassum.
- ¿Qué hacías aquí?
- Lanzaba piedras al río; necesitaba alejarme de todo. Mi padre está muy entusiasmado con no se qué de unos soldados cristianos, y sabes que es algo que a mí no me gusta.
- Tu padre no es el único. El mío está igual. Por eso he venido aquí; me ha mandado a salir de casa porque tenía que hablar con tu padre y otros más sobre algo de soldados. Por cierto... ¿sabes a qué se refieren exactamente?
- Algo he oído...
El tono con que Kassum había pronunciado aquellas últimas palabras había indicado a Nahiara que el chico no quería hablar de eso. Sin embargo, la perseverante adolescente prosiguió en su empeño de saber:
- ¿Y?- insistió Nahiara.
Kassum lanzó un largo suspiro, como preparándose para contar algo que lo atemorizaba. Se colocó bien el velo, e hizo un ademán a la chica para que se sentase a su lado, a la orilla del río:
- Ya habrás oído hablar de que las gentes de Hervas tuvieron que rendirse ante el asedio de unos soldados cristianos. Dicen que quieren tomar Ishbiliya. Y Ben-a-Kassin está entre Ishbiliya y Hervas.
- No...
Nahiara lanzó un grito ahogado. Las leves indicaciones de Kassum, que más que eso eran pistas para descifrar un acertijo, habían sido suficientes para que la chica comprendiese la gravedad del asunto:
- ¿Y se han ido...con Alá?- preguntó con la voz entrecortada Nahiara.
- El señor y los guerreros de la alquería sí. Dicen que Hervas está completamente destruida. Al oponer resistencia, los cristianos comenzaron a matar en nombre de su Dios. Todo aquel que osó enfrentarse a ellos, acabó tendido en la arena y sin cabeza.
Las duras palabras de Kassun hicieron mella en Nahiara, que se tapó la cara con sus delicadas manos y comenzó a llorar. Kassun se dio cuenta de que había sido demasiado duro, pero la discusión que había tenido con su padre en la alquería lo había dejado sin ganas de hablar. Normalmente, con Nahiara se portaba bien; la trataba con delicadeza y cuidaba en demasía las palabras que utilizaba para hablarle. Sin embargo, esta vez no lo había hecho:
- Discúlpame, Nahiara. He sido demasiado cruel y duro.
- No, Kassun...no si lo que me has dicho es la pura verdad. Si me has mentido, entonces sí; entonces eres un muchacho cruel.
- Jamás te mentiría, Nahiara. Lo que he dicho no sé si es verdad...sólo te he dicho lo que se dice por Ben-a-Kassin.
- Ahora entiendo la venida de tu padre y de los otros hombres a mi casa. ¿No intentarán luchar, no?
Kassun lo pensó dos veces antes de contestar. No quería equivocarse otra vez:
- Lo dudo. Los cristianos tienen más caballos, más hombres y más armas que nosotros. Los hombres de Ben-a-Kassin son lo suficientemente sabios como para intentar defender la alquería. Si vienen por nuestros dominios, no tendremos otra solución que rendirnos y caer en poder de los que defienden a Dios.
Estaba todavía el chico intentando consolar a Nahiara, cuando con su agudo oído oyó el trote de algunos caballos. Cogió a Nahiara del brazo, ante el desconcierto de ésta, y se escondieron tras unos arbustos, un poco alejados de la ribera del río. Permanecieron en silencio, hasta que el ruido del trote de caballos se hizo más audible. Al momento, una fila interminable de caballos, con sus jinetes ataviados con brillantes armaduras, apareció por entre los olivos, a la derecha, en la ribera del río. Entre el ruido, los adolescentes pudieron oír tan solo una frase:
- Majestad...cabalgando un poco más hacia abajo por la ribera, hay una explanada donde podemos acampar sin ser vistos hasta que usted lo ordene.
El hombre hacia el que iba dirigida la frase iba ataviado con una armadura, al igual que los demás, pero su caballo llevaba en el lomo un fajín de terciopelo rojo, con una corona bordaba en el centro, lo que señalaba, inequívocamente, que aquel era el Rey:
- Muy bien. Dirige la fila hasta allí. Yo daré una vuelta por los alrededores del río.
El soldado obedeció y siguieron pasando caballos hasta que el último jinete cruzó la barrosa arena ribereña. Mientras tanto, Kassun y Nahiara permanecían callados, dejando pasar el tiempo, allí, al lado del río de los Príncipes, intentando digerir el hecho de que hubiesen visto pasar al Rey que iba en busca del poder en Ishbiliya.
Lo más probable es que este relato no tenga ninguna relación histórica. Los hechos acaecidos durante la primavera de 1247 (incluso esta fecha es supuesta) no está demostrado que fuesen reales. Cualquier parecido entre este relato y la realidad histórica es una mera coincidencia, pero... ¿quién tiene el valor (o la insensatez) de poner límites a la imaginación? Olvídense de las fechas y descripciones detallistas. Cierren los ojos y viajen siglos y siglos atrás. Perciban el olor de la naturaleza salvaje. Dejen que su imaginación comience a trabajar. No me juzguen por lo que he escrito, sino por lo que he conseguido que sientan (si es que lo consigo).
* * *

Recorriendo cada rincón de aquel hermoso paisaje, la tranquilidad se paseaba orgullosa, corriendo entre los arbustos y olivos. Jugando con los zorzales que volaban en busca de sustento para sus polluelos. Todo parecía estar en perfecta armonía; todo. Incluso las piedras inertes de los caminos tenían características propias de aquel paisaje de ensueño.
Sentado en la ribera del río, un adolescente se entretenía tirando piedras contra el agua del río de los Príncipes. Estaba sólo y absorto en sus pensamientos. La blanca túnica que vestía, rematada en su cabeza con un velo del mismo y puro color, ondeaba levemente al tomar contacto con la suave brisa primaveral que se removía por entre los olivares. Murmuraba algo en voz baja, lanzando al aire sus palabras. Éstas se intensificaban cada vez que alzaba el brazo y lanzaba una piedra.
De pronto, sintió unos pasos detrás de sí. "Nadie sabe que vengo aquí", se dijo, aumentando su desconcierto. Giró la cabeza y sólo vio naturaleza. Al comprobar que no había nada que le extrañase, volvió a sus afanes de llenar el río de piedras. Pero al poco volvió a oír los pasos, esta vez más fuertes. Sonaban como si alguien estuviese acercándose arrastrando los pies por la arena, intentando, en vano, hacerlo sigilosamente. El susto que se llevó el chico cuando, al mirar hacia atrás, vio dos piernas ataviadas con una túnica azul que se situaban tras su espalda, fue tremendo:
- Lo siento, Kassum; no quería asustarte- dijo la voz de una chica.
Kassum fue levantando la vista, recorriendo las formas de aquella chica, hasta llegar a la cara. Era Nahiara. La cara de la chica era preciosa; tenía unos enormes ojazos verdes, que parecían tener brillo propio cuando el sol derramaba sus rayos sobre ellos. Su pelo, que se colaba por las pequeñas rendijas del velo azul, era negro, de un color muy intenso. Su piel morena contrastaba con el blanco puro de sus dientes. Era, en opinión de Kassum, "prácticamente perfecta":
- No lo sientas, Nahiara. Es que no te esperaba, eso es todo- se exculpó Kassum.
- ¿Qué hacías aquí?
- Lanzaba piedras al río; necesitaba alejarme de todo. Mi padre está muy entusiasmado con no se qué de unos soldados cristianos, y sabes que es algo que a mí no me gusta.
- Tu padre no es el único. El mío está igual. Por eso he venido aquí; me ha mandado a salir de casa porque tenía que hablar con tu padre y otros más sobre algo de soldados. Por cierto... ¿sabes a qué se refieren exactamente?
- Algo he oído...
El tono con que Kassum había pronunciado aquellas últimas palabras había indicado a Nahiara que el chico no quería hablar de eso. Sin embargo, la perseverante adolescente prosiguió en su empeño de saber:
- ¿Y?- insistió Nahiara.
Kassum lanzó un largo suspiro, como preparándose para contar algo que lo atemorizaba. Se colocó bien el velo, e hizo un ademán a la chica para que se sentase a su lado, a la orilla del río:
- Ya habrás oído hablar de que las gentes de Hervas tuvieron que rendirse ante el asedio de unos soldados cristianos. Dicen que quieren tomar Ishbiliya. Y Ben-a-Kassin está entre Ishbiliya y Hervas.
- No...
Nahiara lanzó un grito ahogado. Las leves indicaciones de Kassum, que más que eso eran pistas para descifrar un acertijo, habían sido suficientes para que la chica comprendiese la gravedad del asunto:
- ¿Y se han ido...con Alá?- preguntó con la voz entrecortada Nahiara.
- El señor y los guerreros de la alquería sí. Dicen que Hervas está completamente destruida. Al oponer resistencia, los cristianos comenzaron a matar en nombre de su Dios. Todo aquel que osó enfrentarse a ellos, acabó tendido en la arena y sin cabeza.

- Discúlpame, Nahiara. He sido demasiado cruel y duro.
- No, Kassun...no si lo que me has dicho es la pura verdad. Si me has mentido, entonces sí; entonces eres un muchacho cruel.
- Jamás te mentiría, Nahiara. Lo que he dicho no sé si es verdad...sólo te he dicho lo que se dice por Ben-a-Kassin.
- Ahora entiendo la venida de tu padre y de los otros hombres a mi casa. ¿No intentarán luchar, no?
Kassun lo pensó dos veces antes de contestar. No quería equivocarse otra vez:
- Lo dudo. Los cristianos tienen más caballos, más hombres y más armas que nosotros. Los hombres de Ben-a-Kassin son lo suficientemente sabios como para intentar defender la alquería. Si vienen por nuestros dominios, no tendremos otra solución que rendirnos y caer en poder de los que defienden a Dios.
Estaba todavía el chico intentando consolar a Nahiara, cuando con su agudo oído oyó el trote de algunos caballos. Cogió a Nahiara del brazo, ante el desconcierto de ésta, y se escondieron tras unos arbustos, un poco alejados de la ribera del río. Permanecieron en silencio, hasta que el ruido del trote de caballos se hizo más audible. Al momento, una fila interminable de caballos, con sus jinetes ataviados con brillantes armaduras, apareció por entre los olivos, a la derecha, en la ribera del río. Entre el ruido, los adolescentes pudieron oír tan solo una frase:
- Majestad...cabalgando un poco más hacia abajo por la ribera, hay una explanada donde podemos acampar sin ser vistos hasta que usted lo ordene.
El hombre hacia el que iba dirigida la frase iba ataviado con una armadura, al igual que los demás, pero su caballo llevaba en el lomo un fajín de terciopelo rojo, con una corona bordaba en el centro, lo que señalaba, inequívocamente, que aquel era el Rey:
- Muy bien. Dirige la fila hasta allí. Yo daré una vuelta por los alrededores del río.
El soldado obedeció y siguieron pasando caballos hasta que el último jinete cruzó la barrosa arena ribereña. Mientras tanto, Kassun y Nahiara permanecían callados, dejando pasar el tiempo, allí, al lado del río de los Príncipes, intentando digerir el hecho de que hubiesen visto pasar al Rey que iba en busca del poder en Ishbiliya.
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