SECRETOS IBÉRICOS ** José Antonio Millán **  

Publicado por: Pandora

La vida se escribe con minúsculas. Casi siempre. La rutina y la cotidianeidad son las formas más habituales de cuantas adopta el tiempo. A menos, claro, que uno sea uno de esos aventureros con el forro polar lleno de logotipos de patrocinadores, y duerma noche sí y noche también en una tienda de ésas que se montan lanzándola al aire, en un campamento base cualquiera, esperando a que amaine el temporal para proceder a la televisada ascensión del Monte Annapurna, por su cara sur (la del monte, no la del escalador), que, como todo el mundo sabe, es la más difícil.

Para los demás, para todos nosotros, la vida tiene una textura menos escarpada, más dura a veces, pero también más plana. Por cada acento de dicha o desgracia tenemos un montón de martes, de miércoles y de jueves en los que todo es... normalidad, todo es como siempre. Esa normalidad, el día a día, es el punto de partida de muchas de mis novelas favoritas. Sin estridencias, sin el menor atisbo de épica. Sólo gente, haciendo las cosas que la gente hace habitualmente. Sólo que al hacerlo los personajes, esa gente que es de mentira pero que en el fondo es de verdad, dejan entrever aquello inconfesado que los recorre por dentro, lo que les amuebla o desamuebla el corazón, lo que les puebla o despuebla el alma, sin que haya que mencionar explícitamente ni lo uno ni la otra.

Eso mismo que admiro como lector es lo que me gusta al escribir. Es lo que persigo al escribir relatos, poemas o cualquier otra cosa de las que llevo años mandando aquí y allí, a concursos y editoriales, y que de momento han conseguido despertar en sus destinatarios la más calurosa de las indiferencias. Cuando empecé a darle forma a los “Secretos Ibéricos”, para Pandora, quise hacer esto mismo, lo que sabía, lo que mejor me sale, pero quería añadirle algo más, que hiciera la experiencia atractiva a mis ojos. Que no fueran cuentos al uso. Quería ponerme más condiciones, acotar más el tipo de escrito, crearles un envoltorio común que le diera unidad al conjunto según fueran pasando los meses y las historias se fueran acumulando. Y pensé que podría ser interesante partir de la realidad - en mayor o menor grado eso pasa siempre -, pero que en este caso no iba a abandonarla, que iba a intentar permanecer ligado a hechos y personas que tuvieron lugar y que existieron realmente, fabulando lo menos posible. Y eso he hecho. Todos los sitios que han aparecido en estos “Secretos Ibéricos” existen realmente, todos sus protagonistas existen o existieron realmente, y mis encuentros con ellos tuvieron realmente lugar. A veces he deformado sus identidades y circunstancias cuando se ha tratado de gente de mi entorno porque no a todo el mundo le gusta ser carne de literatura. El resultado ha sido este extraño catálogo, una especie de “bestiario” en el que todos sus miembros son reales y, por lo tanto, únicos, pero que tienen sin embargo algo de arquetípicos, de símbolos. Quizá porque lo que me interesó en su momento fue reconocerme de forma más o menos sesgada en cada uno de ellos. La literatura es un juego cambiante: el que escribe lo hace mirando por una ventana desde la que observa el mundo, y esperando construir en el papel una réplica de esa ventana, para que alguien más pueda asomarse a ella, compartir esa visión. En algún momento de ese proceso descubre que lo que ha construido no es una ventana, sino un espejo, y entonces los esfuerzos se dirigen a asegurarse de que ese extraño artefacto que tiene entre manos lo refleja de veras, que en él están los fragmentos velados de sus opiniones, sus esperanzas, su memoria. Luego el escrito se termina, el espejo cambia de manos, y con él sucede lo que siempre sucede con los espejos: cuando nos asomamos a su interior nunca muestran al prójimo, cuando lo escrito llega al lector, esas palabras ya no contienen el reflejo del que las escribió, sino el de quien las lee. Esa es la deliciosa trampa que nos tiende la literatura. A eso juegan los grandes, y eso es lo que los aficionados tenemos derecho a intentar, con el poco o mucho oficio que uno tenga, con lo que se aprende de lo leído, con los cuatro trucos que uno ha conseguido dominar con los años. Con honestidad, con seriedad y sobre todo con una inagotable fe. Al final, sea como sea, la tarea casi siempre se da por bien pagada. Uno se enfrenta a lo que ha hecho, y le invade una extraña alegría, al ver que ya no se trata de palabras, líneas, metáforas, sino que ahí hay gente, haciendo cosas, sintiendo cosas, chocando entre sí, amándose o detestándose, luchando. Gente viva. El escrito se ha vuelto algo vivo. Y eso es mágico, como pocas cosas lo son.

Volviendo a los Secretos Ibéricos, creo que la televisión y los periódicos ya nos sirven nuestra dosis diaria de realidad hipertrofiada, de niños desaparecidos, de corruptelas políticas y partidos del siglo. Por eso me atraen esas historias mínimas, la que te asaltan en los bares, las estaciones de tren, las grises esquinas del mundo. Interesarme por eso que la gente normal cuenta sin palabras es un intento de entenderlos, de entenderme, de emprender un viaje que siempre se queda a medias pero que siempre te lleva a alguna parte. La gente, su comportamiento, sus palabras, sus formas de estar en el mundo no son más que síntomas de esa enfermedad crónica llamada siglo XXI, que tan extendida está y que campa a sus anchas por el mundo dispuesta a contradecir aquello de que no hay mal que cien años dure. Es el nuestro un tiempo que nos vuelve islas, individuos solos y desprotegidos bajo el chaparrón de los días, mirando las otras siluetas entre la lluvia, intentando reconocernos en otros ojos. Así que, en realidad, todos tenemos un fantasma bajo la cama, un esqueleto en el armario y un Secreto Ibérico en el congelador.

Como ya he dicho, nunca son hechos extraordinarios, sino acontecimientos y encuentros casi anecdóticos, en los que se intuye sin embargo la sombra de lo complejo y lo profundo. Todo el mundo tiene una historia, y la cuenta de una manera u otra. Y es más o menos cierta. Pero entre las líneas de esa historia hay otra que nunca contamos, puede que ni a nosotros mismos. Y ésa siempre es verdad. Enseñamos el bordado que recorre el haz del tapiz, pero en el fondo sabemos que nuestra esencia está en ese otro hilo que discurre por el revés de la tela, el que nos mantiene unido a ella.

En fin, que me gustan. Que no sé si está bien o mal que yo lo diga, pero que ahora que ponemos punto final a la revista y es hora de ir pensando en otra cosa, los veo en conjunto y creo que no se alejaron demasiado de la intención que los impulsó. Siento que esos retratos, esa mirada, tienen un tono constante, coherente, que unos relatos se complementan con los otros, y que las sensaciones que desprenden se parecen lo suficiente a aquellas que sentí cuando yo mismo me tropecé con esos hechos, con esas personas. También tengo la sensación de que todos esos recuerdos están más ordenados en mi interior que antes de haberlos narrado. Al leerlos vuelve a sonar en mi cabeza esa música sutil y melancólica, la cadencia constante de la arena cayendo despacio en el reloj, el agua pasando mansa por un recodo del río que siempre es el mismo y siempre distinto. La banda sonora de los días con minúscula.

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4 comentarios

Anónimo  

me gustan las minúsculas. excelente. may.

7 de febrero de 2012, 0:16
Anónimo  

Espero y deseo que aunque se cambie de campo de batalla tu pluma siga esgrimiendose igual o mejor que hasta ahora.Hay muchas hojas en blanco deseando que tu cerebro se vacie en ellas.Gracias por compartir tu arte y hacernos muchisimo mas agradable y llevadero este vieje.may....o maik leches MILLAN QUE SOY TU CUÑAO.

8 de febrero de 2012, 18:33

Precisamente hablar de las cosas en minúscula y hacerlo de forma que te emocione al leerlo es lo realmente meritorio y artístico. Y eso es lo que haces tú en tus escritos. Al igual que a Reyes te quiero agradecer todo tu trabajo e implicación en este proyecto de Pandora. Siempre es apasionante trabajar contigo.
Un abrazo.

27 de febrero de 2012, 21:40

Gracias, May. Ha sido interesante comprobar que, además del basket, tenemos también la escritura como interés común. Supongo que ya coincidiremos por esas canchas del IMD, o en alguna juerguecilla bormujera.Un beso.

Gracias Carlos. Qué te voy a contar yo a ti de mi pluma.

Y a ti, maestro Manolo, qué quieres que te diga. La revista ha sido durante estos dos años una motivación extra para escribir, y pasar tantos y tan buenos ratos con vosotros ha sido una motivación extra para hacer la revista y cualquier cosa que se nos ocurra. Un abrazo.

8 de marzo de 2012, 16:25

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