Nadaba en aguas residuales, plácidamente, cuando me vino a la cabeza escribir sobre mí.
El amor es un camino de ida a ninguna parte, claro, y en ese lugar los espacios no son precisamente redondos. Sí es cierto que me embargó la tristeza; Llevaba el pijama después de varios días, no atendiendo a la realidad sin cita previa. Me he desenamorado del papel de celofán que lo envuelve todo (he cambiado el tiempo de los verbos), camino sobre mis pasos y voy vagando por el éter de mi descuidado aspecto. No tengo nada que decir y por ello permanezco en silencio la mayoría del tiempo.
He desdibujado las líneas de la humanidad y me hago el amor a mí mismo, sí, como uno o dos locos en el arcén, viendo los restos de los demás. Veo películas, escucho música, reto al diablo, duermo, paseo, friego, miro la pared...
Recuerdo viejas conversaciones empolvadas por el tic-tac del tiempo en el viejo mundo. Tampoco a mí me gustan los piratas, pero alguien ahí afuera tiene que saber de mi existencia. El folio permanece en blanco, por mucho que garabateo con mi amigo Bic garabatos fonéticos. Mi ansiedad es suficiente para parar un barco de papel.
No me llama, miro de reojo el teléfono.
Me entrego a la desilusión para observar el paisaje. Los árboles melancólicos siguen en su sitio, la lluvia cae hacia abajo y en conclusión, querido lector, yo ya no estoy.
¿Qué es lo que temes del diálogo infinito? Ésta es la primera frase con gracia que escribo en la pared. Abro la ventana, respiro el aire cenizo del ambiente, la vuelvo a cerrar. Quizás esa ventana sea parte de mi creación. Reflexiono. Tiro un papel sucio a la papelera.

Escucho “Océanos de silencio” de Franco Battiato, me pongo la soga al cuello, me la quito pensativo, me la vuelvo a poner, permanezco horas encerrado en el baño, no puedo salir, algo incierto no me lo permite. Veo una estrella fugaz en el techo de la cocina, suspiro, estoy vivo ¿Eso importa? Imagino una flor de seis pétalos y cruzo la mirada con algo de mi campo visual, un jarrón, busco las zapatillas bajo la cama, ya tengo los cuarenta. Te amo, hablo al vacío invisible ¿Seré un romántico postrado en una glorieta? ¿Me dará miedo el anonimato? Me hago una salchicha, duermo un rato... ¿Seré un discípulo de la muerte? Cuántas preguntas...
“ ¡¡¡A mí!!! ” grita alguien desde el exterior, esta vez se me empañan los ojos, salgo con urgente lentitud. Tengo un aspecto ridículo y anciano. Estoy al lado de una chica mirando el horizonte, donde huye un animal con rabo y digna silueta, claro, un perro, se ha escapado y bajo la lluvia, ambos, yo con mi pijama mojado, lo miramos...
Nos miramos, todo se detiene con un imprudente movimiento, nos besamos, acaricio su cara. Entro en casa, la había dejado abierta. Miro desde la ventana retirando la pequeña alfombra de pies, no hay nadie. Me duermo un rato, me despierto, creo que todo ha sido un sueño, pero mi sonrisa ha vuelto, después de unas merecidas vacaciones.