(Esta carta fue ganadora en el concurso de cartas de amor del Ayto. de Benacazón en su edición de 2007)
Catorce de febrero (día de San Valentín). Una fecha, un estímulo, un olor o simplemente un deseo. Mi corazón no se conforma, me manipula y me hace recordar las noches frías de invierno: Sin decir nada, abrazados en el pub de la esquina. Sin decir nada, sólo tu calor, mi calor y nuestras miradas. Sin decir nada, una coca-cola, una tónica y el hielo que nunca se acaba, ese hielo que golpea tus labios carnosos y te deja sin palabras…
…Y la música. Nuestra música que aún sigue vigente y que está hecha para una eternidad. Nuestra música que ya no puedo escuchar sin que las notas me lleguen al alma y la melancolía me nuble los ojos.
Nuestros hijos no se lo creen. No se creen que fuéramos jóvenes, que nuestros corazones estaban imantados; que nos amábamos locamente, que nos odiábamos después de las discusiones y que nos volvíamos a amar otra vez.
No se lo creen.
Nuestros hijos no se creen que fuéramos clandestinos en la noche, que fuéramos temerarios en el amor y que nos amáramos después de amarnos para correr luego, por culpa del reloj.
¡Cuánto daría por volver a aquellas navidades! A nuestro primer baile, a la luz roja, al humo del tabaco, al sabor a mentolado y al escalofrío del primer contacto con tu cuerpo.
¡Cuánto daría por volver a nuestra pandilla! Los chicos a un lado, las niñas a otro y en medio como un resorte, el pudor de los catorce años. Cuánto daría por encontrar a esas parejas amigos, “que ya no lo son”. A esas parejas enamoradas a las que el tiempo y la vida no les dieron una segunda oportunidad, ¡Qué no daría yo por cogerte la mano y sentir a esos amigos a nuestro alrededor!
No se lo creen. Nuestros hijos no se creen que te pedí salir en el cine de verano, que los niños no se callaban, que la película no nos interesaba, que olía a albero mojado y que estaba deseando acabarme las pipas, para cogerte la mano.
No se lo creen. Nuestros hijos no se creen que después de dos noches sin dormir le pedí la puerta a tu padre y que luego me daba vergüenza de tu madre. No se creen que tuvimos malas rachas y que estuviéramos a punto de separarnos; de romper lo que dos corazones habían creado y que pudo más el amor que el momento impetuoso del orgullo.
¡Cuánto daría por volver a las calles de invierno! - bien abrigados -paseando y agarrados de la mano; o las plazas de verano, cuando nuestros cuerpos bronceados sabían a sal y a deseo.
¡Qué no daría yo! Por volver a contar los pasos desde tu casa hasta mi casa. Que no daría yo por volver a pasar en bici por tu calle, a ver si te veía. Que no daría por volver a las puertas recién regadas y a las buenas noches de las buenas gentes en sus aceras sentadas; viéndonos pasar...una, y otra vez.
...no se lo creen...nuestros hijos no se lo creen.
Catorce de febrero (día de San Valentín). Una fecha, un estímulo, un olor o simplemente un deseo. Mi corazón no se conforma, me manipula y me hace recordar las noches frías de invierno: Sin decir nada, abrazados en el pub de la esquina. Sin decir nada, sólo tu calor, mi calor y nuestras miradas. Sin decir nada, una coca-cola, una tónica y el hielo que nunca se acaba, ese hielo que golpea tus labios carnosos y te deja sin palabras…
…Y la música. Nuestra música que aún sigue vigente y que está hecha para una eternidad. Nuestra música que ya no puedo escuchar sin que las notas me lleguen al alma y la melancolía me nuble los ojos.
Nuestros hijos no se lo creen. No se creen que fuéramos jóvenes, que nuestros corazones estaban imantados; que nos amábamos locamente, que nos odiábamos después de las discusiones y que nos volvíamos a amar otra vez.
No se lo creen.
Nuestros hijos no se creen que fuéramos clandestinos en la noche, que fuéramos temerarios en el amor y que nos amáramos después de amarnos para correr luego, por culpa del reloj.
¡Cuánto daría por volver a aquellas navidades! A nuestro primer baile, a la luz roja, al humo del tabaco, al sabor a mentolado y al escalofrío del primer contacto con tu cuerpo.
¡Cuánto daría por volver a nuestra pandilla! Los chicos a un lado, las niñas a otro y en medio como un resorte, el pudor de los catorce años. Cuánto daría por encontrar a esas parejas amigos, “que ya no lo son”. A esas parejas enamoradas a las que el tiempo y la vida no les dieron una segunda oportunidad, ¡Qué no daría yo por cogerte la mano y sentir a esos amigos a nuestro alrededor!
No se lo creen. Nuestros hijos no se creen que te pedí salir en el cine de verano, que los niños no se callaban, que la película no nos interesaba, que olía a albero mojado y que estaba deseando acabarme las pipas, para cogerte la mano.
No se lo creen. Nuestros hijos no se creen que después de dos noches sin dormir le pedí la puerta a tu padre y que luego me daba vergüenza de tu madre. No se creen que tuvimos malas rachas y que estuviéramos a punto de separarnos; de romper lo que dos corazones habían creado y que pudo más el amor que el momento impetuoso del orgullo.
¡Cuánto daría por volver a las calles de invierno! - bien abrigados -paseando y agarrados de la mano; o las plazas de verano, cuando nuestros cuerpos bronceados sabían a sal y a deseo.
¡Qué no daría yo! Por volver a contar los pasos desde tu casa hasta mi casa. Que no daría yo por volver a pasar en bici por tu calle, a ver si te veía. Que no daría por volver a las puertas recién regadas y a las buenas noches de las buenas gentes en sus aceras sentadas; viéndonos pasar...una, y otra vez.
...no se lo creen...nuestros hijos no se lo creen.

Saber lo que sabemos ya es importante,
de que fuéramos enemigos
para volver a ser amantes
y que fuimos y somos cautivos
de un amor de los de antes.
Ahora las puertas del otoño
para nosotros se abren
y como pájaros que emigran
nuestros hijos, pronto, se marchen.
...y si no se creen lo que hemos pasado,
qué más da en estos momentos.
En lo que hice por estar a tu lado
me ratifico y no me arrepiento.
Me arrepiento de lo que no hicimos,
aunque no es tarde para la locura:
(Locuras razonables)
Que si antes fuimos impetuosos,
ahora nuestro fuego lento será más sabroso,
y al amor sabremos disfrutarle.
...y aunque el tiempo haya pasado
y aunque aquellos cuerpos ya no lo sean,
nuestro amor sigue vigente y desbocado
aunque nuestros hijos... no se lo crean.
La madurez
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