SECRETOS IBÉRICOS ** José Antonio Millán **  

Publicado por: Pandora

"URBE"

La tarde ha ido declinando en el camino desde el coche hasta el centro. Cuando llego al Duque todo parece ya bañado por esa luz extraña, mestiza del azul oscuro y amortiguado del atardecer y el resplandor anaranjado de las farolas. Sobre el asfalto la tímida lluvia de hace un rato ha dibujado un mapa de reflejos metálicos que se deshace y recompone a mi paso. La noche recién estrenada recupera una temperatura impropia de este noviembre, noche casi primaveral que invita a contemplar las calles con ojos de turista, demorarse quizá ante cualquier músico callejero, un escaparate o tomar un café mientras se observa el trasiego presuroso de la multitud. Opto por esto último, y en mi cabeza anticipo un paseo tranquilo, de tarde de sábado sin nada más concreto que hacer. Sin embargo, a los pocos segundos el ritmo frenético de la calle O`Donnell me atrapa y me arrastra, como sumergido en las aguas de un río, sin dejar que recupere la proyectada serenidad hasta que llego a la plaza de San Francisco, donde la gente empieza a dispersarse.

Me siento en uno de los veladores del Laredo y pido un café. Un camarero con chaleco y pajarita lo deja sobre mi mesa apenas un minuto después. Cuando se yergue percibo en sus ojos una mirada reprobadora y un rictus de censura, la mandíbula tensa, la barbilla altiva. Sigo la dirección de su mirada. Hay una nube de pedigüeños en la confluencia de la plaza con la calle Entrecárceles. Un Via Crucis de tullidos, escuálidos hippies y lectoras de la buenaventura de sucias y floridas faldas se disputa la solidaridad del prójimo en algo que recuerda vagamente a un baile de zombis. De repente, me parece reconocer una cara. Está muy cambiado pero estoy casi seguro de que es él. O lo que queda de él.

Fue hace unos años. Un poco más arriba de donde estoy ahora. A la altura de lo que fue el Teatro Imperial y ahora es una librería. Nos estábamos riendo a costa de una infame película que anunciaban en una fachada. El tipo se nos acercó por detrás. Era menudo, nervioso. Tenía el pelo largo y oscuro, igual que la poblada barba que le nacía prácticamente en los pronunciados pómulos, dejando al descubierto apenas medio palmo de piel morena, unos ojos vivarachos y traviesos, como de pequeño roedor, y una enorme y aguileña nariz que le daba cierta exótica apariencia de trovador sefardí.

Aquella tarde farfulló un saludo atropellado y empezó a decir que la película estaba muy bien, que no la había visto pero que se lo habían dicho. Luego, sin dejarnos meter baza y sin que yo sea ahora capaz de recordar cómo enlazó un tema con otro, nos contó que era de Andorra, que aquello era muy bonito y nos dijo a Rocío y a mí que teníamos que ir allí de “viaje de fin de novios”. Sigo sin saber qué clase de viaje es ese. Después de esgrimir un par de veces uno de esos portafolios que usan los encuestadores y tras un par de minutos de acoso y derribo, nos sacó algo de calderilla. Nos hizo gracia. Su coartada fue una asociación para la droga que tenía con unos amigos. En su descargo debo reconocer que fue honesto. Dijo textualmente “para” no “contra”. Luego nos hizo firmar, nos regaló una cómica reverencia y sonriendo como un diablillo enajenado y satisfecho, uno de esos seres del bosque de las comedias de Shakespeare, se largó con su recogida de fondos a otra parte.

Mientras me tomo el café sigo mirándolo de vez en cuando, y las dudas se despejan del todo. Es el mismo tío, aunque da la impresión de haberse hecho más pequeño. Sólo su pelo y su barba han crecido, en la misma proporción en la que su cara y su cuerpo han menguado. Camina arrastrando los pies, encorvado dentro de un raído y enorme abrigo de pana en el que parece estar a punto de perderse. Tiene las fuerzas justas para extender la huesuda mano, la sucia palma hacia arriba, sin explicaciones, sin coartadas esta vez, mientras la gente pasa a su alrededor sin querer verlo. Una entropía física que por lo que puedo observar ha corrido pareja con la mental. Sus ojos enrojecidos miran ahora desmayada y anárquicamente a un lado y a otro, y reflejan un brillo desquiciado y ausente. Al final no ha podido más. El fino hilo que lo unía a la cordura ha acabado por quebrarse. Cuando el camarero me trae el cambio me sorprende mirándolo aún y con su pelo engominado y sus resabios de veterano guardián de las buenas costumbres busca mi complicidad negando varias veces con la cabeza. “Tá la cosa buena de chalaos...” murmura antes de volver a refugiarse tras los decimonónicos ventanales del Laredo.

Me levanto y tuerzo en dirección a El Salvador, pero lo hago pasando intencionadamente cerca del de Andorra. Al cruzarnos nuestras miradas se encuentran. Yo la sostengo el tiempo justo para cerciorarme de que, efectivamente, es el mismo hombre. Él me mira como si yo no estuviera allí, o como si no lo estuviera él. Como si me contemplara desde algún remoto lugar, y mi lado de la realidad fuera para él sólo el reverso de un sueño del que le llegaran reminiscencias de la vida que una vez tuvo o pudo tener. Recordando quizá entre la bruma etílica y unas lagunas de su consciencia que empiezan a ser más frecuentes, que una vez, hace muchos años, él fue como esos que ahora ve pasar, revestidos de normalidad, camino de sus hogares y sus confortables rutinas. Una madre, una novia, las calles amables de esa Andorra suya, un hogar al que volver y del que salió un día buscando sabe Dios qué. Recuerdos nublados de la primera noche pasada en el suelo, al abrigo de un soportal o un cajero, envuelto en cartones, de tardes con la ocurrencia del portafolio, dando la murga hasta conseguir algunos euros para anestesiarse, olvidarse de sí mismo amorrado a un litro de tinto comprado en alguna tienda donde han acabado por no dejarle entrar.

Después de un par de segundos, los que tardo en cruzar de vuelta la cenagosa laguna del tiempo, le ofrezco el cambio del café y él lo recoge con mano temblorosa. Asiente levemente con la cabeza en señal de agradecimiento y luego levanta el índice hacia las alturas y dice algo que no entiendo.

Sin más, reanuda su andar sonámbulo. Yo también sigo mi camino, pero al cabo de un par de pasos me vuelvo un momento no sé bien por qué. Ya no puedo encontrarlo. Seguramente está ahí, entre la gente aborregada delante de un cristal por el que un tipo hace descender un muñeco de goma, pero se habrá vuelto traslúcido, con esa habilidad que tienen para estar sin estar, para que sus caras y sus siluetas derrotadas se camuflen con la piel de las calles, y sólo se nos hagan molestos y patentes cuando la navidad o alguna otra circunstancia nos haga sentir culpables, sin que sepamos bien de qué.


Un día ya no estará. Seguirá volviéndose cada vez más pequeño, cada vez más invisible, cada vez más lejano. Hasta desaparecer, engullido por la calle, por la tiránica realidad de la ciudad, donde naufraga la cordura como una luz que se apaga, como una rama arrastrada por el agua sucia de un río. Sin que nadie repare en ello. Sin que a nadie le importe. La gente sólo encontrará un raído abrigo vacío tirado en el suelo, y arrugando un poco la nariz dará un leve rodeo, para no pisarlo.


This entry was posted at 23:06 . You can follow any responses to this entry through the comments feed .

3 comentarios

Anónimo  

Saludos Millán:

Aún recuerdo con agrado la lectura de un relato tuyo titulado "Coyote" en el que retratabas la vida de otro ser desgraciado y lo hacías, como en este caso, desde una óptica que es al tiempo observadora, distante y también cercana. Te felicito por este relato y te emplazo a que sigas escribiendo a menudo para que los que nos escudamos en la falta de tiempo, cuando es más desgana, para no leer tanto como debiéramos, podamos degustar, al menos en pequeñas dosis, una prosa tan esquisita y enriquecernos de esa forma tuya de ver el mundo tan especial.

Siempre que tengo oportunidad de hablar con alguien de literatura no puedo dejar pasar la ocasión para hablar de lo muchísimo que he aprendido de ti, siempre con esa casí mágica capacidad de decir las cosas, tan sencilla y directa que hacen que uno se pregunte ¿cómo pude no darme cuenta antes? Siempre he visto en ti alguien inteligente y simpático (conceptos que no necesariamente tienen por qué ir unidos)con quien me unen algunas aficiones, algunas formas de pensar y, tal vez por eso lo valoro más, un sinfin de ideas contrarias de las que, no obstante, podemos hablar siempre.

Por eso, al terminar de leer tu breve pero impactante historia, me pongo a escribirte para que sepas que siempre he sabido que eras un espléndido escritor, que no sé si algún día tendrás el reconocimiento del gran público, si podrás ver alguna de tus obras en los escaparates de las librerías, pero que al menos, por si te sirve de consuelo, sebes que cuentas con la admiración y el reconocimiento de quien suscribe.

Me queda tanto por aprender...

Bruno Castillo

26 de enero de 2010, 14:21
Anónimo  

Pffff, ¿que puedo decir que no se haya dicho ya?

Impresionante tu narrativa. Eres único. Un abrazo y ánimo a Pandora con esta iniciativa.

Rafael García

26 de enero de 2010, 22:23
Anónimo  

Doy fe de que existio relmente el protagonista de esta historia,mis ojos tambien lo vieron cuando salio de entre la gente y entre la gente se volvio a meter.Estupenda manera de ver,de mirar y de contar como de entre la muchedumbre cotidiana de todos los dias Don nadie (que somos todos) llega a ser el protagonista de una historia de una pagina de internet solamente por ser el mismo en el momento en el que unos ojos supieron verlo.Me ha gustado mucho Millan espero mas buenas observaciones llevadas a la letra por tu parte.un saludo

9 de febrero de 2010, 1:18

Publicar un comentario

Las imágenes utilizadas en esta página aparecen publicadas en Flickr.

Licencia

Creative Commons License Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.